lunes, 12 de enero de 2015

Quien tiene un libro tiene un tesoro.

Se veía que era algo diferente, pero era muy normal.
Vivía en un mundo de romances y fantasía. Estaba lleno tanto de cosas inverosimiles como verosímiles. Ella siempre estaba viajando sin salir de casa. Su mente la trasladaba a cualquier lugar. Todo esto era posible gracias a una cosa. A sus libros.
Se pasaba los días con un libro entre las manos. Se sentía comprendida, identificada con algunos personajes. Sentía mil sensaciones. Reía, lloraba y poco a poco se enamoraba. Su padre le decía que se dejara de tanto leer, pero ella no podía, ya que los libros eran sus mejores amigos.
Al terminar un libro se sentía vacía, no sabía ni que hacer, hasta que encontraba otro que le proporcionara lo que ella buscaba.
Ella vivía por las noches con los protagonistas, se metía en el libro y fantaseaba, se sentía llena, se sentía bien, feliz y está segura de una cosa, no cambiaría sus libros, por ser una chica normal, como las otras. Ella era ella y nadie la podía cambiar.
Quien tiene un libro tiene un tesoro.

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